El prestidigitador deambulaba por el filo resbaladizo de una incertidumbre. Sospechaba que su mujer le engañaba. El prestidigitador y su esposa actuaban juntos. Él la ensortijaba de cadenas, la introducía en un costal de terciopelo y la encerraba en un baúl blindado de cerrojos. Tras unos pases mágicos, ella desaparecía. Pero un instante después, la esposa resurgía del baúl con un traje diferente de lentejuelas. En una ocasión, sin embargo, su mujer salió del cofre con un extraño brillo en los ojos. El prestidigitador reparó en ello. En otra actuación, surgió del arca sin sombra de carmín en los labios. El mago se dio cuenta. Al abrir la tapa del baúl en una tercera gala, el prestidigitador descubrió un aroma viril confundido en su fragancia. En el trajín de un nuevo espectáculo, le observó el rubí de un moratón en el nacimiento del cuello… Más certezas no necesitaba y el prestidigitador destiló un ácido espeso y negro. Otra vez sobre el escenario, cubrió de cadenas a su esposa, la invitó a introducirse en el costal de terciopelo y, seguidamente, clausuró el baúl dando tres vueltas de llave a cada cerrojo. En cuanto su mujer desapareció, el prestidigitador volvió a abrir el cobre vacío y se encajó él también en su interior. Con un pase mágico, se transportó al paraje vaporoso donde van a parar las palomas blancas, los ramos de flores y los ases de naipes que desaparecen ante los espectadores. El prestidigitador avanzó por aquel incierto paraje carente de tiempo. Al fin, tras unos velos, entrevió a su mujer agitándose bajo las caricias de otro prestidigitador, y se quedó sin aliento. Sintió la mordedura de la rabia. Y en la zozobra del desespero, huyó de aquel lugar dando manotazos a cachivaches imposibles que se interponían a su paso. Traspasado el linde de la realidad, otra vez en el escenario, el prestidigitador compuso con premura nuevos pases mágicos. Y cuando su mujer reapareció en el interior del baúl, el prestidigitador, con agua de neblina en los ojos, y ante el público expectante, traspasó el baúl con tres sables que pacientemente afilaba desde que sospechaba que su mujer le engañaba.
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